Parado frente al túnel negro, miraba hacia el infinito que los ojos podrían alcanzar. Había un juego de ladrillitos blancos, pintados a mano y viejos que hacían el techo algo húmedo y sin gracia. Pero, sabía que arriba, donde la gente pasaba en la calle, necia de la vida bajo los pies, también había un aislamiento inevitable.
Miró al reloj y vio que faltaban aún tres minutos para la llegada del próximo tren que lo llevaría de vuelta a la calle y a un aire un poco menos agobiante que este cielo húmedo de ladrillos. Pero una sensación agobiante dejaba el aire pesado y daba un tono antíguo a la vida. Qué lo esperaba del otro lado del río? Quién le daría la mano? No lo sabía, pero mecánicamente puso las manos dentro de los bolsillos del sobretodo. Paris lo esperaba indiferente a su figura.
Entró en el tren. Un pordiosero ocupaba un asiento con su bolso lleno de cosas viejas y maltrechas. Se veía solamente sus espaldas hecha un arco en dirección al suelo. Tampoco él ha notado el viajero mudo. Pero, él lo miraba en solidaridad andarilla, del viajero que es un doble, su hermano olvidado de otras vidas.
En algunos minutos ha percibido que el metro no paraba en ninguna parada. La gente que antes llenaba los asientos poco a poco iba humeándose y restaba sólo como una niebla de sus rostros. Estaba poniéndose ciego? O la gente nunca estuvo allí. Lo hecho es que nada más escuchaba, las bocas estaban cerradas y los ojos negros como el túnel.
De pronto el pordiosero se puso erecto, sus espaldas crecieron y él le miraba fijamente como se viera en un espejo, quizás un poco más joven, cosa de unos veinte años, su rostro. Él le dije: "lo conozco? Tengo la sensación de ya haber ocupado su cuerpo, pero no lo comprendo. Qué hace en este tren? Hace más de veinte años que nadie lo monta.
Él viajero lo contestó: Busco a la Catedral de Notre-Dame, caballero; - Pero, ésta no es la dirección correcta. No lo avisaron? - Y dónde debo bajar? - El tren no para en ninguna parada hace más de veinte años. Cuando entré acá era como usted, joven y bien vestido.
No es posible. El billete vale por una sola hora, nunca lo cobraron el trayecto de nuevo? - Creo que no me ha comprendido, caballero! Nadie monta en este tren hace veinte años, usted es el primero vivo que veo acá en este tiempo, llegué a pensar que yo había perdido el habla, pero ahora veo que no, pues hablo con usted, como si mi voz fuera la suya, me parece raro hasta el tono y el acento, estoy seguro que nos conocemos de largo tiempo. Pero, siéntese, hay muchos asientos libres. - No, muchas gracias, bajo en seguida, amigo.- El tren no lo baja más, la última vez que entré, hace más de veinte años, era joven como usted y había un pordiosero sentado en este asiento que hoy ocupo.
Sin percibir la broma que la vida o la muerte le aplicaba, el viajero miraba al espejo borrado del vidrio y empezaba a asemejarse al pordiosero, que ahora lo miraba pícaramente y ya no estaba tan sucio más. Su pelo se acortaba y la barba vieja había desaparecido. Está casi como el viajero y lo miraba fijamente, como si tomara prestado su rostro para él.
Poco a poco el viajero fue curvándose y cómo un autómata se sentó en el lugar del pordiosero, El ahora joven desconocido, le dejaba una moneda y decía "bajo ahora, mi parada es la próxima. Mucho gusto señor, es muy agradable, pero hace veinte años dejé a mi hija esperándome frente a la Catedral de Notre-Dame".
El viajero no comprendía nada, pero tampoco le faltaba fuerzas para erguirse y volar sobre el cuello de aquel picarón que le sonreía feliz de la broma. Pronto se acordó de Lazarillo y el ciego; "Para ser guía de ciego hay que saber un punto más que el diablo" y cómo un encarcelado bajó definitivamente sobre sus espaldas en el asiento.
El viajero fue despertado por una señora que lo decía: "Pardon, monsieur" creo que se ha dormido. Ella hablaba en francés, pero lo raro es que la comprendía en español y esto también lo pareció un sueño. - Ya es la parada de la Cité, acá encuentra la Catedral de Notre-Dame. - Merci, madame, est très gentil. Bajó del tren y subió a la calle, pero había una sensación agobiante de no saber quién se había quedado en el tren y quién había bajado. Pronto escuchó: Papá, papá y siguió hacia su hija como si nunca la perdiera, hace veinte años.
sábado, 8 de dezembro de 2018
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